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Que no se pierdan los valores (Artículo de Opinión por: Manuel Arias)


Como el resto de estilos musicales, el rap sigue día a día en constante evolución, y ya son 30 años de trayectoria los que lleva en nuestro país. Mutan las instrumentales, los flows y las habilidades pero ¿Qué hay del mensaje? ¿Se siguen transmitiendo los mismos valores?

Muchos nostálgicos recordamos con gran cariño nuestros inicios en este mundillo y compartimos la idea de que, aunque son varios los cambios en el movimiento, podrían resumirse fundamentalmente en dos: Tecnología y valores. Lo cierto es que el avance tecnológico ha sido de gran ayuda para la expansión de grupos desconocidos y para obtener todo tipo de material al que antes se tenía muy difícil acceso. En lo que respecta a los valores, podríamos decir que, desde principios de los noventa hasta hace unos pocos años, el rap era visto como una música callejera donde primaban principios como el respeto, la unión, o la protesta social, principios que quizás se han ido perdiendo con el paso de los años.

Escuchando a los grupos actuales de la escena española, no puedo evitar sacar unas conclusiones generales del mensaje que la mayoría de ellos aportan, o mejor dicho, del que no aportan. Uno de los puntos que me resulta más llamativo es la propia identificación del artista con el rap y con lo que siente respecto a este. Ya no encuentro temas como “Unámonos” de Falsa Alarma o “Amor al rap” de Zenit con Rime, sino que en su lugar oigo frases como “Soy el antirap” o “lo hago por pasar el rato”. No es que haya una concepción acerca del rap que sea la correcta, pues está claro que cada cual puede vivir la música como quiera, lo que ocurre es que este cambio puede ser no tan recibido por las viejas generaciones por el simple hecho de que no se sientan representados, igual que los nuevos no se sentirán identificados con el ideal de rap como forma de vida.

Otro cliché es el de la constante mención a las drogas y a la depresión. Esto se observa mayoritariamente en el rap de la capital, donde el estilo de gente como Natos y Waor, Hijos Bastardos o Suite Soprano han arrasado completamente con la personalidad de los raperos locales, quienes no han dudado en imitarles. En los 90 también se hablaba de drogas, pero con un enfoque distinto, y desde luego no tanto. La diferencia reside en que, aún llevando el mismo tipo de vida, antes se preocupaban de transmitir un mensaje útil para el oyente respaldado siempre por el inconformismo social, mientras que en la actualidad, a grandes rasgos, prefieren limitarse a contar lo que hacen los fines de semana y cuando están deprimidos.

El ego del rapero ha alcanzado niveles insospechados en comparación a épocas pasadas, “back in the days todo era distinto” como diría NY. El ego es  el núcleo de esta transición que vivimos, pues quien mira su ombligo a la hora de componer no se preocupa por la unión de una cultura ni por la propia cultura en sí. Resulta más atractivo ser el protagonista que rompe con las reglas y se aleja de un movimiento que casi todos critican, que tratar de que el rap resurja de sus cenizas y se recuperen los pilares básicos sobre los que se forjó. También tienen mucho que ver las constantes oleadas de beefs (letras en las que se ataca a un artista o un conjunto de ellos)  , que, casualmente, van siempre dirigidas a raperos famosos, o al menos más famosos que quien se los dedica. Ya no hay respeto a la élite que empezó en este país, se les insulta con términos como “abuelos” “dinosaurios” o “mochileros”.

En definitiva, y para no alargar más el debate, quería concluir pidiendo encarecidamente a los lectores que respeten cualquier tendencia o gusto musical. La música es libre y nos corresponde a cada uno de nosotros el vivirla, hacerla y entenderla según consideremos apropiado. Menos etiquetas y más criterio musical es lo que hace falta para terminar con estas guerras absurdas entre la vieja y la nueva escuela del rap en España. Los valores han cambiado, ni a mejor a peor, simplemente han cambiado.

Escrito por: Manuel Arias

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